miércoles, 7 de septiembre de 2011




otra vez diciembre
otra vez el olor picante y amargo de la pólvora
estimula los paladares
en el vecindario el delirio armamentista de los nativos que estallan cosas
alcanza su punto más rojo
se perforan paredes, se hacen saltar latas de conserva vacía, una silla de ruedas
avanza con una caja llena de dinamita

hay mucho cartón desperdigado, mucha muela fuera de su mandíbula, porque todo lo que empieza como chiste
no necesariamente termina como chiste
una anécdota: hace unos años el loco del barrio intentó prender fuego un auto con una molotov
pero algo falló en la misión, porque al flaco se le prendió fuego la mano

por dos veranos le dijeron antorcha humana
después todo el asunto fue olvidado, el apodo perdió la gracia
y él
volvió a recuperar su nombre

en las afueras de la ciudad las celebraciones se dan de otra manera
se queman muñecos altos de paja
muñecos de madera y mazorca seca
todo eso me hace pensar en rituales paganos
me hace pensar en ceremonias relacionadas al calendario de siembra

aunque es seguro que los rurales también pierden control de su festejo
pero acá se van de eje
a la noche se ven las estelas de las balas que cruzan barrio a barrio
las paredes de las casas se cubren de óxido, expulsado por la pirotecnia de contrabando
de a ratos el azufre se espesa y forma una nube amarillenta estilo Saigón
que ocupa la calle

pero esta noche la visibilidad es buena
el cielo está despejado y se puede ver lo que pasa en la calle
por ejemplo ahora
a 50 metros
se puede ver al loco de la aldea
se ve como arrastra una garrafa hasta el centro de la calle

respira pesado y la deja
se aleja y vuelve con un ladrillo
no sé qué está intentando hacer, si le quiere sacar ritmo o golpea con afán destructivo
pero deberías escuchar el ritmo que le saca al tanque de hierro
te encantaría el sonido que vibra el tanque de hierro

desde la terraza, mirada fija, pienso en gritarle que pare, que deje de hacerlo
pero a la vez
quiero ver qué pasa
algo colorido podría salir de la garrafa
y el loco del barrio
podría ganarse un apodo que resista tres veranos