lunes, 23 de junio de 2008

sábado, 14 de junio de 2008




a la noche munro se vacía
todo el barrio se da vuelta
y los que pasaron
clientes o empleados
caen a otro lugar
caen en los patios de las casas

vienen por la ropa
de los barrios aledaños
hay olas migratorias
los veo bajar del tren
caminar apurados
esto se convierte
por unas horas
en centro turístico

y lo se
yo que crecí acá, lo se
las bolsas con pantalones
los accesorios
la música de los locales
todo es una quimera
una alucinación colectiva
inducida por maniquíes

sábado, 7 de junio de 2008

Estoy escribiendo una serie de textos encadenados, no se todavía cuanto me voy a extender, si se va a convertir en una novela o en el proceso voy a cambiar de proyecto y pasar a otra cosa.
Posteo dos fragmentos, hay varios personajes, el primero es de el mordido, el segundo es de Gustavo.
Uno frío y otro menos frío.


Tenía 10 cuando pasó eso.
Habían ido a comer a la casa de un amigo del viejo, estaba jugando en el patio con un muñeco del hombre araña.
El olor a carne le daba hambre, el pasto estaba tibio, era mediodía.
Había risas, ladridos, gritos, ladridos, escuchó algo que era como un chasquido pero de cadena, se dio vuelta, lo vio venir, se había zafado, llegó a sentir el aliento caliente del perro en la cara, vio una braza encendida en el fondo de la garganta.
Le contaron que se desmayó, que el tío lo llevó en su auto al hospital, que tuvo que esperar en la sala de urgencias hasta que se desocupara una camilla.
Estuvo 4 meses encerrado en el departamento, a veces miraba por la ventana, pero no demasiado, no quería que lo vieran los otros chicos del monoblock.
Le quedaron algunos recuerdos fuertes de ese encierro, colores en la pantalla del televisor, la canción de algún programa, propagandas de la época.
De la escuela quisieron mandar una maestra, pero no quiso, le dijo al viejo que cuando volviera a la escuela se iba a poner al día.
Volvió a salir en otoño, ya no suaba vendas, le decían que había cicatrizado bien, pero las marcas rojas en la cara no se podían disimular.
Cuando dio la vuelta en la esquina la vio, nadie le había dicho nada de la pintura, alguien había pintado en blanco y negro a un perro comiéndole la cabeza a un chico.




No había mucho para ver, una cama matrimonial, un colchón de dos plazas, una cruz de madera en la cabecera, una mesa de luz y un ropero.
Abrió la puerta del ropero, de lo que encontró, lo único que le resultaba útil era una sábana blanca, un poco rota.
Acercó la vela al cama, había una mancha que iba casi a lo largo de todo el colchón, no estaba seguro de si era humedad, pis o sangre, cualquiera de las posibilidades era desagradable.
Dio vuelta el colchón, del otro lado también había manchas, pero estaban en el borde y eran menos evidentes.
Fue hasta el comedor y volvió con el bolso, sacó un buzo y lo enrolló, no había almohada.
Se acostó boca arriba, vestido, tapado con la campera, dejó la vela encendida, era corta y se iba a consumir en poco tiempo.
Antes de quedarse dormido vio algo arriba del ropero, se levantó y palpó el bulto, era un cubre camas de lana.
Tiró y lo sacó en dos movimientos, lo sacudió para sacarle el polvo.
La estiró y con los últimos minutos de luz pudo ver el diseño, eran figuras geométricas de diferentes tamaños, todas con tonos de azul y verde, se veía como uno de esos diseños de los sesentas.
Se tapó, y antes de que terminara de consumirse la vela ya estaba dormido, soñando con su esposa.